Por Enrique Moreno Laval sscc
Cada
cierto tiempo, a los agoreros de siempre les gusta hablar del fin del mundo.
Algunos programas de televisión los presentan como predictores infalibles de
algo que algún día sucederá,pero naturalmente, sin que nadie sepa ni el día ni
la hora. ¿Se trata de un mecanismo comunicacional para cautivar a un público
ingenuo? Es posible. De paso, se crea confusión y se infunde temor.
Habría
que combatir esa mala tendencia a poner la atención excesivamente en lo que
podría ocurrir en un futuro incierto, desatendiendo lo que hay que vivir en
este presente de cada día. Porque, consciente o inconscientemente, podríamos ir
evadiéndonos de lo único real. Y este mecanismo de huida, de fuga del día a
día, tan solo nos excluirá de la responsabilidad que tenemos de construir, aquí
y ahora, ese mundo más humano que nos pide el Dios de nuestra fe. En este
sentido, esas corrientes cristianas que enfatizan una atención temerosa puesta
en ese “fin de mundo” terrible y temible, son sumamente peligrosas.
“Cada
día tiene su propio afán” –decía Jesús. Y para un seguidor suyo no existe otro
afán mayor que buscar la justicia de Dios y de su reino en esta tierra,
mientras vamos esperando activamente la plenitud de la Vida. En el seguimiento
de Jesús no hay cabida para el temor sino para la esperanza. Y esa esperanza la
vamos forjando día a día aproximándonos, como Jesús, al pobre, al marginado, al
excluido de cada tiempo y lugar; haciendo nuestra la causa de los desesperanzados
de la historia.
En el texto del evangelio
del reciente domingo (18 de noviembre, Marcos 13, 28), Jesús nos hablaba de
signos primaverales llenos de esperanza: la higuera anuncia ya en sus brotes
que el tiempo de la cosecha, el verano, está cerca. “Algo nuevo ya está
naciendo, ¿que no lo notan?” –decía el profeta a sus contemporáneos (Isaías 43,
19). Cuando seamos capaces de percibir estas cosas y de jugarnos enteramente
por ellas, “el fin estará cerca”, pero no un final terrible y desastroso, sino un
final maravilloso, lleno de vida abundante y plena. No temido, sino
profundamente anhelado. Despreocupémonos de esa obsesión por aquel remoto y
futuro fin del mundo, y preocupémonos más bien por vivirel final de cada día en
el amor apasionado de Jesús.
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