1 de noviembre de 2012

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

ELECCIONES Y ABSTENCIÓN
Por Enrique Moreno Laval sscc

Durante el domingo pasado (28 de octubre) hemos vivido una jornada de elecciones municipales. En ellas, un número de personas correspondiente al 60 por ciento de los electores no ha votado. Una abstención nunca vista en nuestro país. ¿Qué razones habrán tenido tantos para no votar? Algunos no pudieron hacerlo por enfermedad, por ocupaciones inevitables o por encontrarse demasiado lejos de su lugar de votación. Pero otros, y seguramente no pocos, no votaron porque están desilusionados y decepcionados del actual sistema político. Dicho con brevedad: no les creen a los políticos. A propósito no quisieron votar.

Sin duda, una apreciación como esta es muy preocupante. Revela una creciente pérdida de confianza en quienes llevan la responsabilidad de gobernar el país en cualquier nivel, ya sea municipal o nacional. Más aun, en una pérdida de confianza en el mismo sistema político. ¿Y por qué esta pérdida de confianza? Es muy probable que esto ocurra porque se percibe en quienes aspiran al poder una búsqueda de sí mismos y un aprovechamiento mezquino para sus grupos; y no una genuina intención de servir a todos, especialmente a los más pobres y excluidos. Por esto, algunos que no han votado porque no lo han querido, han dicho que su abstención significa “un voto de castigo para la clase política”.

Por cierto, como toda opinión, este parecer puede ser discutible. Como contrapartida, otros afirmarán que precisamente hay que votar para ejercer el derecho a elegir a los que realmente son los mejores. Como quiera que se piense, a los chilenos y chilenas nos queda una inmensa tarea pendiente: la de rehabilitar la política. En ello, los cristianos tenemos una responsabilidad singular. Seguimos a Jesús y como él tenemos que actuar. Lo mostraba el evangelio del mismo domingo pasado, en que Lucas nos narra el encuentro de Jesús con un mendigo ciego a la salida del pueblo de Jericó: mientras la mayoría lo discrimina y lo rechaza con vehemencia, Jesús lo acoge, lo atiende y lo sana, haciéndole esta pregunta: “¿Qué quieres que yo haga por ti?” Precisamente en esta pregunta reside de la clave de una actitud que puede transformar nuestras relaciones humanas y, de paso, rehabilitar la política. “La empatía puede cambiar el mundo” – se lee en estos días en la propaganda de una universidad. Y es la pura verdad.

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