1 de octubre de 2012

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

LLAMARSE PEDRO…
Por Enrique Moreno Laval sscc

En estos días, han fallecido dos queribles personas que se han llamado Pedro, y que de una u otra manera fueron cercanas a nosotros, en nuestra parroquia San Pedro y San Pablo: Pedro Gumucio, hermano menor del padre Esteban, y Pedro (Pierre)  Dubois, sacerdote francés, misionero en nuestra patria, amigo nuestro.

Pedro Gumucio tenía 87 años. Hace sólo tres semanas, en el mismo día y con diferencia de 30 minutos, habían fallecido su hermana Lucía y su esposa Marta. De su matrimonio nacieron nueve hijos. Dicen que “se murió de pena”, aunque de hecho venía arrastrando un cáncer que se había originado en un riñón. Muchas veces estuvo don Pedro en nuestra sede parroquial en actos que recordaban a su hermano Esteban. Su funeral, en la localidad de Malloco, cercana a Santiago, tuvo toda la emotividad que podía esperarse. Su vida entera estuvo marcada por el sello inconfundible de los Gumucio Vives: cercanía, calidez, alegría de vivir, inteligencia, sentido del humor, amabilidad, ternura, esfuerzo, y, sobre todo, un vivir pensando siempre primero en los demás.

Pierre Dubois tenía 80 años. Su primer destino en Chile fue la región del Bío-Bío (Coronel y Lota). Después, Santiago. Pero todo Chile supo de su generosa animación de los grupos del movimiento obrero de acción católica (MOAC). Falleció en la población La Victoria, donde, durante la represión de la dictadura, dio un maravilloso ejemplo de lo que significa estar dispuesto a dar la vida por los demás. Aquejado por la enfermedad de Parkinson, vivió sus últimos años casi inválido, pero validando su condición de misionero de tomo y lomo hasta el último aliento de su vida. Amó a los pobres y se hizo pobre como ellos. Los pobres lo amaron hasta el fin.

¿Qué nos queda de estos dos hermanos que llevaron el nombre de Pedro? La certeza de que, desde cualquier situación en la vida, se la puede vivir con plenitud y coherencia. Que es posible conseguirlo, más allá de cualquier limitación humana. Y la certeza de que tan solo viviendo así iremos construyendo este mundo tal como Dios lo quiere, aquello que Jesús llamó el “reinado de Dios”.

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