Por Enrique Moreno Laval sscc
En estos días, han fallecido dos queribles
personas que se han llamado Pedro, y que de una u otra manera fueron cercanas a
nosotros, en nuestra parroquia San Pedro y San Pablo: Pedro Gumucio, hermano
menor del padre Esteban, y Pedro (Pierre)
Dubois, sacerdote francés, misionero en nuestra patria, amigo nuestro.
Pedro Gumucio tenía 87 años. Hace sólo tres
semanas, en el mismo día y con diferencia de 30 minutos, habían fallecido su
hermana Lucía y su esposa Marta. De su matrimonio nacieron nueve hijos. Dicen
que “se murió de pena”, aunque de hecho venía arrastrando un cáncer que se
había originado en un riñón. Muchas veces estuvo don Pedro en nuestra sede
parroquial en actos que recordaban a su hermano Esteban. Su funeral, en la
localidad de Malloco, cercana a Santiago, tuvo toda la emotividad que podía
esperarse. Su vida entera estuvo marcada por el sello inconfundible de los
Gumucio Vives: cercanía, calidez, alegría de vivir, inteligencia, sentido del
humor, amabilidad, ternura, esfuerzo, y, sobre todo, un vivir pensando siempre
primero en los demás.
Pierre Dubois tenía 80 años. Su primer destino
en Chile fue la región del Bío-Bío (Coronel y Lota). Después, Santiago. Pero
todo Chile supo de su generosa animación de los grupos del movimiento obrero de
acción católica (MOAC). Falleció en la población La Victoria, donde, durante la
represión de la dictadura, dio un maravilloso ejemplo de lo que significa estar
dispuesto a dar la vida por los demás. Aquejado por la enfermedad de Parkinson,
vivió sus últimos años casi inválido, pero validando su condición de misionero
de tomo y lomo hasta el último aliento de su vida. Amó a los pobres y se hizo
pobre como ellos. Los pobres lo amaron hasta el fin.
¿Qué nos queda de estos dos
hermanos que llevaron el nombre de Pedro? La certeza de que, desde cualquier
situación en la vida, se la puede vivir con plenitud y coherencia. Que es
posible conseguirlo, más allá de cualquier limitación humana. Y la certeza de
que tan solo viviendo así iremos construyendo este mundo tal como Dios lo
quiere, aquello que Jesús llamó el “reinado de Dios”.
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