Por Enrique Moreno Laval sscc
En nuestra lengua castellana, la palabra “asunción” sirve para señalar la acción de asumir algo, como por ejemplo, asumir un cargo o una función. Pero sirve también para indicar que alguien ha sido o es asumido por otro. Es este último caso el que puede ser aplicado a la Virgen cuando se habla de la “asunción de María”, y cuya fiesta se celebra cada 15 de agosto. Se quiere decir entonces que ella ha sido asumida por otro, y ese otro decimos que es Dios mismo, el que la ha asumido en su propia vida, porque ella fue fiel hasta llenarse de la gracia de Dios.
Para explicar esto, que María está plenamente en el corazón de Dios, la tradición cristiana católica ha venido usando un símbolo: que ella “fue llevada al cielo donde está en cuerpo y alma”. Por cierto, se trata de una metáfora, de una manera de decir que Dios la tiene enteramente consigo. No se puede entender aquella afirmación literalmente, porque el cielo no es un sitio, sino una situación; es una forma de expresar ese misterio de la presencia de Dios. Algunos pintores religiosos han pintado este cuadro, con María subiendo físicamente al cielo y rodeada de ángeles; pero igualmente es la misma metáfora llevada en este caso a la expresión artística.
Entonces, si la asunción de la Virgen no es propiamente un hecho físico, ¿qué se quiere decir con esta fiesta de María? Algo muy simple. Que ella cumplió perfectamente aquella bienaventuranza expresada hermosamente por Jesús en Mateo 5,8: “felices los que tienen un corazón limpio, porque verán a Dios”. Ella tuvo un corazón limpio, puro (eso significa inmaculada, sin mancha), y porque tuvo en un grado admirable esa pureza de alma, esa limpieza de intención, tenemos la certeza de que ella está hoy y para siempre viendo a Dios, está plenamente en su presencia. Y es esto lo que debemos rescatar de esta fiesta para buen provecho de cada uno de nosotros, para que aprendamos a tener un corazón como el de María (puro, limpio, íntegro, sin divisiones, sin mancha) y así podamos vivir permanentemente en la presencia de Dios nuestro Padre (en su corazón, con los ojos fijos en su hijo Jesús).
Si esta fiesta mariana la celebramos tan solo como un acontecimiento “milagroso” y medio mágico, y no aprendemos de su verdadero sentido profundo, poco adelantaremos como Iglesia en la vivencia de nuestra fe.
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