VOLUNTARIOS
Por Enrique Moreno Laval sscc
Alguien que actúa voluntariamente es aquella persona que no actúa
obligada, sino por su propia voluntad. Quienes actúan así, por cualquier causa,
son llamados “voluntarios”. En las últimas décadas, se han ido configurando en
el mundo entero una serie de iniciativas tendientes a reclutar personas que,
voluntariamente, realicen servicios por los demás. Recuerdo por ejemplo la
conmovedora tarea realizada en África por la organización de voluntarios de
“Médicos Sin Fronteras”. Su propaganda decía: “para colaborar con médicos sin
fronteras no se necesita ser médico, sino no tener fronteras”.
Nuestro albergue parroquial de San Pedro y San Pablo necesita
voluntarios. Y los necesita con urgencia, sobre todo ahora cuando en estas
fechas ha aumentado el número de personas albergadas. No es fácil desde luego
esta tarea de servicio, al menos por dos razones: en primer lugar, porque el
voluntario tiene que renunciar a legítimas satisfacciones personales y cambiar
el destino de su tiempo a tareas no habituales, y muchas veces de noche; en
segundo lugar, porque en nuestro albergue la tarea de voluntariado es
particularmente difícil, dado que nuestros huéspedes suelen ser personas dañadas
en su personalidad. Todo esto hace más valorable aún el hecho de que algunas
personas se decidan a ser voluntarios en esta causa tan humanitaria de dar
techo al que no lo tiene y acogerlo con cariño.
Un voluntario no debe “tener fronteras”. Tiene que superar las muchas
fronteras que malamente nos impone nuestra sociedad. Tiene que ir más allá de
la habitual forma de pensar, vencer resistencias naturales, cambiar de esquema
mental, pero sobre todo, cambiar ciertas actitudes del corazón que se nos han
ido arraigando profundamente. Hay que aprender a pensar en “el otro” más que en
nuestra propia persona. Un filósofo decía: “el otro nos salva, porque nos
libera de nuestro egoísmo natural”.
Nuestro gran modelo de voluntariado es el mismo Jesús. Por propia
voluntad asumió el amor de su Padre por la humanidad, convirtiéndolo en la
causa de su vida hasta las últimas consecuencias. Fue más allá de las estrechas
fronteras geográficas, culturales y religiosas de su pueblo, rompió esquemas,
asumió su condición de profeta, y puso a la persona humana en el centro de su
mensaje. Antes de morir, dijo: “A mí nadie me quita la vida, yo la doy
voluntariamente” (Juan 10, 18). Es lo que se puede esperar de cualquier
cristiano que siga a Jesús en serio.
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