Por Enrique Moreno Laval sscc
“Estaba enfermo y me visitaste…” –dice Jesús en el capítulo 25 del
evangelio de Mateo. Y lo señala como una tarea específica de todo aquel que quiera
ser discípulo suyo, junto con visitar al encarcelado, dar pan al hambriento,
dar agua al sediento, vestir al desnudo y dar albergue al que está en situación
de calle. Y Jesús no lo dice por decirlo, esto de visitar a los enfermos. Lo
dice porque él mismo fue un visitador de enfermos, a quienes les llevó
compañía, consuelo, ánimo, cariño, e incluso la salud.
Precisamente el texto del evangelio que proclamamos el pasado domingo
(1 de julio) nos cuenta una de esas visitas de Jesús. Va la casa de Jairo a ver
a su hijita de 12 años que está enferma de muerte. Con la presencia de Jesús,
el llanto por la niña se transforma en una sorprendente alegría por ver a la
niña recuperada, en pie, caminando, y dispuesta a comer lo que quieran darle
para restablecer sus fuerzas. Es fácil imaginar lo emocionante que habrá
resultado para Jairo esta visita de Jesús en el seno de su propia familia.
En cada una de nuestras comunidades parroquiales hay grupos de personas
que organizadas como “pastoral de la salud” visitan también a los enfermos. Sus
testimonios son conmovedores. Cuentan lo que les impresiona ver a personas
enfermas tan vulnerables, no solo necesitadas de salud sino también de
compañía, comprensión y cariño. Relatan cómo aquellos enfermos o enfermas los
esperan con tanto anhelo, y los reciben a la vez agradecidos por el gesto de
irlos a ver, de llevarles el Señor, de compartir su tiempo gratuitamente con
ellos. Pero sobre todo destacan cómo son ellos mismos, los visitadores, quienes
más reciben en este generoso servicio de acompañamiento y consuelo. “Nosotras
llevamos al Señor” –me decía una de las hermanas de la pastoral de salud; “y
son ellos mismos, los enfermos, los que nos entregan al Señor”.
Hermosa manera de vivir el evangelio es visitar
a los enfermos. Cada cristiano o cristiana debería formularse como tarea
ineludible visitar periódicamente al menos a una persona enferma. Ganaríamos en
sensibilidad humana, pero sobre todo en hacer más cercano el reinado de Dios
entre nosotros.
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