ROSTROS DE
CRISTO
Por
Enrique Moreno Laval sscc
En las últimas
conferencias episcopales de América Latina y El Caribe, los redactores de sus
respectivos documentos finales han confeccionado una lista de aquellos
“rostros” en los que deberíamos reconocer al Señor Jesús sufriente. Me remito a
citar el último de ellos, el de Aparecida (2007). Allí se nombran los rostros
de las comunidades indígenas y afro americanas, de las mujeres excluidas por
cualquier razón, de los jóvenes que tienen educación de baja calidad y no tienen
oportunidades para surgir, de los pobres desempleados y desplazados, de los
migrantes, de los campesinos sin tierra, de los que buscan sobrevivir en la
economía informal, de los niños y niñas que sufren la prostitución infantil, de
los niños víctimas del aborto, de los dependientes del alcohol y de las drogas,
de las personas con capacidades diferentes, de los enfermos de VIH-SIDA y otras
enfermedades, de las víctimas de la violencia.
Nosotros, en
nuestra parroquia San Pedro y San Pablo, tendríamos que agregar los rostros de
los albergados. De estos hermanos “en situación de calle” que fueron llegando
uno tras otro para encontrar entre nosotros un poco de pan, otro poco de
abrigo, y mucho cariño. Dentro de cada uno de ellos hay toda una historia
tejida de dolores, de búsquedas fracasadas, de anhelos frustrados, de personas
heridas y de una gran carencia y necesidad de afecto. A muchos de ellos, el
alcohol les arruinó aún más su vida, pero así y todo siguen siendo personas que
merecen el mayor respeto por su dignidad de seres humanos. Aproximarse a ellos
(hacerse prójimo) es una revelación del propio Espíritu de Jesús, que nos va
forjando un corazón más sensible, más comprensivo y más compasivo.
Estamos
en plena campaña para acompañarlos mejor en la sede misma de nuestra parroquia,
acomodada de la mejor manera posible para ellos. Se necesita de todo: alimentos
y ropa de abrigo, artículos de aseo y zapatos firmes, brazos voluntarios y
mucha solidaridad, un saludo cariñoso y respetuoso, un poco de tiempo para
sentarse a conversar y conocer sus historias. En esto son transparentes y nos
enseñan sinceridad y humildad. “Lo que ustedes hicieron
con estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicieron”. Jesús no pudo ser
más claro.
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