Por Enrique Moreno Laval sscc
Durante la semana pasada, la “donación de órganos” fue un tema que nos emocionó hasta lo más profundo. ¿Quién no se sintió conmovido por lo que ocurrió con esa chica de 16 años, cuyo corazón fue donado para que otro joven como ella pudiera seguir viviendo? José Cruzat tuvo la oportunidad que se le negó hace tres años a su hermano menor Felipe. Y quién sabe si fue precisamente este drama de Felipe el que motivó a jóvenes como Liliana Francisca y su familia a tomar conciencia de la necesidad de hacer gestos humanos como este de salvar vidas donando sus órganos.
A los que nos decimos cristianos y queremos serlo de verdad, no se nos escapa que en este hechoestá presente ese amor que nos enseñó Jesús, cuando decía: “no hay amor más grande que dar la vida por los demás”. Si entendemos este amor mayor en toda su exigencia y consecuencia, un cristiano no podría negarse a ser donante de órganos. Jamás. Pueden ser atendibles los recelos de algunas personas o familias para dar un paso como este, pero si quieren seguir a Jesús, temprano o tarde, tendrán que concluir que el propio Jesús habría sido hoy un donante de órganos.
Es importante que socialicemos este tema. Que lo conversemos en nuestras familias con nuestros niños y nuestros jóvenes, también entre adultos para que vayamos creando conciencia de nuestro deber de colaborar para que otros tengan vida o mejoren sustancialmente su actual calidad de vida. En nuestros colegios debería ser un tema de reflexión que permita a las nuevas generaciones crecer con esta conciencia solidaria y generosa. En nuestras comunidades parroquiales deberá quedar claro que esta es una manera concreta de demostrar que de veras creemos en Jesús.
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