30 de enero de 2012

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

AUTORIDAD MORAL
Por Enrique Moreno Laval sscc

En nuestra vida común y corriente es relativamente fácil tener algún cargo de autoridad. Por ejemplo, el solo hecho de ser padre o madre de familia, nos sitúa en un nivel de autoridad; pero también puede ocurrir en nuestro centro de trabajo, en el entorno social o en la comunidad cristiana. Con mayor razón, aquellos que reciben un cargo público, ya sea elegido o designado. Lo difícil no es llegar a tener una posición de autoridad sino mantenerse en ello con verdadera autoridad moral.

La autoridad moral es otra cosa. Solamente existe cuando la autoridad va revestida de honestidad, de coherencia, de verdad, de un genuino servicio a las personas como seres humanos iguales en dignidad. Quienes así viven son reconocidos, porque se les adjudica “autoridad moral”. Por el contrario, la autoridad se perderá cuando haya incoherencia, falsedad, engaño, pura apariencia, o lo que es peor, abuso de autoridad. Estas personas podrán seguir ostentando cargos de autoridad, pero ya no tendrán autoridad moral. Es normal que la gente los descubra y los rechace.

Jesús fue reconocido por una autoridad distinta a la que ofrecían los jefes religiosos de su tiempo. Así lo cuenta el evangelista Marcos en el texto del evangelio del reciente domingo 29 de enero: “La gente se decía: ¿qué es esto?, nos enseña una doctrina nueva llena de autoridad”. Esa autoridad moral de Jesús se hacía ver en la consistencia de su vida, en su coherencia interna y en su servicio destinado a hacer de cada ser humano una mejor persona. Se desvivía por eso y se jugó la vida por ser coherente con este propósito hasta el final.

Todos seguramente, alguna vez, hemos tenido un mal momento en que hemos perdido autoridad moral por nuestra torpe e inconsecuente manera de actuar. Y posiblemente hemos hecho daño y provocado escándalo. Por gracia de Dios, podemos recuperar esa autoridad perdida. Basta ser humilde, pedir perdón, cambiar el corazón y la actitud, y reparar el daño causado en la medida de lo posible. Entonces, recuperada la autoridad perdida, volveremos a ser reconocidos como dignos discípulos de nuestro Señor Jesús.

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