16 de agosto de 2011

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

María, madre y compañera

Por Enrique Moreno Laval sscc

Hemos comenzado la semana con una tradicional fiesta cristiana dedicada a recordar a la madre de Jesús: la llamada “asunción” de María. ¿Qué se quiere destacar con esta celebración? Esta festividad mariana, como otra también muy popular, la “inmaculada” (8 de diciembre), apuntan a reconocer en María la realización plena de una de las más hermosas bienaventuranzas de Jesús: “Felices los limpios de corazón porque verán a Dios” (Mateo 5, 8).

Esa es María: la del corazón limpio, puro, sin mancha, inmaculado; la que, por esa calidad de su corazón, ha llegado a ver a Dios porque Dios mismo la ha asumido en su presencia para siempre. De esta manera, María se transforma en un modelo permanente para la Iglesia. Es decir, si la Iglesia quiere ser fiel a la misión que Jesús le ha confiado, puede mirar a María y aprender de ella; al hacerlo así, María se transformará también en madre de la Iglesia.

Si María superó sus miedos y pudo decir sí a la invitación de Dios y confiarse en él, la Iglesia debe aprender a confiar en la fuerza que le viene de su Señor y no temer de sus fragilidades. Si María no tuvo otro nombre para sí misma que la de servidora del Señor, así la Iglesia jamás debe buscar la dominación sino solo el servicio. Si María partió sin demora a auxiliar a su prima Isabel que vivía un embarazo de riesgo, la Iglesia debe vivir constantemente en la urgencia de la solidaridad para con los necesitados. Si María, en medio de los momentos difíciles de toda vida humana, supo guardar todo en su corazón para ir progresando en comprensión, así la Iglesia debe sentirse invitada a discernir cada momento de la historia a la luz del Evangelio. Si María, junto a un grupo de discípulas y discípulos, siguió a Jesús sin descanso, así la Iglesia no puede perder de vista que su único anhelo debe ser seguir el camino de Jesús, sin concesiones ni acomodos. Si María supo estar al pie de la cruz, así la Iglesia debe estar cerca de todos los crucificados de la tierra para darles razón de su esperanza. Si María estuvo en medio de la comunidad primera esperando al Espíritu del Resucitado, así la Iglesia debe vivir en permanente vigilancia para acoger ese mismo Espíritu y entregarlo al mundo.

Dos de las comunidades de nuestra parroquia San Pedro y San Pablo, llevan el nombre de María: María de la Esperanza y María de Guadalupe. Que amabas nos ayuden particularmente en este intento de tener a María por madre y compañera de camino.

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