8 de agosto de 2011

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

CRISIS DE PÁNICO

Por Enrique Moreno Laval sscc

Hoy por hoy, son comunes las “crisis de pánico”. Seguramente han existido siempre, conocidas simplemente como miedos y sustos, pero hoy se diagnostican mejor y se les da un nombre más técnico, más elegante también. Por ejemplo, una señora le teme absolutamente a la oscuridad, no puede dormir a oscuras, debe quedarse dormida con la luz encendida y permanecer así durante toda la noche; y la pastilla que le ha dado su médico no logra resolver su problema. Es una verdadera “crisis de pánico”.

Según el evangelio de ayer domingo (7 de agosto de 2011), el apóstol Pedro tuvo una “crisis de pánico” cuando, envalentonado por seguir a Jesús le pidió ir donde él caminando sobre el agua; pero, al sentir el viento fuerte, perdió la confianza, le dio pánico y empezó a hundirse. Felizmente, ahí estaba Jesús quien le tendió la mano y lo sostuvo.

Quizás esta escena sea toda una parábola en acción para reflejarnos qué nos pasa a menudo cuando queremos seguir al Señor y para enseñarnos la actitud que debemos cultivar. Nos pasa que nos da miedo seguir a Jesús en toda la radicalidad que esto significa, y al darnos miedo no sólo no avanzamos, nos paralizamos, y en el momento mismo comenzamos a hundirnos irremediablemente. ¿Miedo a qué? Miedo a dejar nuestras pequeñas seguridades, ya sean materiales o de poder y prestigio; miedo a arriesgar una parte o el todo de nuestra vida por otros; miedo a incomodarnos o a ser mal interpretados. Es que el Evangelio no resiste cálculos de esta naturaleza y simplemente lo exige todo.

Jesús tuvo miedo, y así lo muestra la dramática escena del huerto de Getsemaní. María tuvo miedo, por algo el ángel le dice: “No temas, María”. Pero ambos vencieron sus miedos. Ambos llegaron hasta la cruz. Ambos supieron perder la vida para ganar la vida.

Hoy necesitamos cristianos y cristianas sin miedos, sin “crisis de pánico”. Urge contar con creyentes valerosos, audaces, con capacidad de riesgo. Necesitamos una Iglesia que de verdad “se la juegue” por los seres humanos, y particularmente por los que siempre sufren y pierden como víctimas de un sistema inhumano que no da para más. Urge una Iglesia compasiva, que confiese a Jesús no sólo con los labios sino con el corazón convertido en práctica diaria de lucha incansable por la justicia de Dios y de su Reino.

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