La Cena del Señor
Por Enrique Moreno Laval sscc
¿Qué distancia existe entre una solemne misa
pontifical celebrada en la basílica de San Pedro en el Vaticano y aquella
memorable cena de Jesús con sus discípulos, en el segundo piso de una casa
prestada en Jerusalén? No solo kilómetros de distancia. No solo siglos de
distancia. También una enorme distancia entre sus contextos, ambientes,
vestimentas, objetos. En realidad, cuesta descubrir en nuestra liturgia romana
más solemne los rasgos sencillos y significativos de la cena de Jesús: un trozo
de pan, un vaso de vino, los amigos alrededor de la mesa, la palabra
compartida.
Sin duda, el contexto más simple ayuda a entender mejor el sentido de lo que quiso hacer Jesús aquella tarde. En medio de la fiesta pascual judía, Jesús tuvo esa maravillosa intuición de tomar el pan y el vino para significar que así como un pan se parte y se comparte, así se rompía su cuerpo por los demás; que así como un poco de vino se reparte, así se derramaba su sangre por los demás. Esto, agregó Jesús, hay que hacerlo siempre “en memoria mía”. Es decir, la única manera de recordar a Jesús es entregando la vida como él la entregó, amando como él amó, viviendo como él vivió.
El rito de la eucaristía tan solo sirve para
dar a entender todo esto y para comprometernos juntos a actuar en consecuencia.
El padre Hurtado decía: “Mi vida es una misa prolongada”. De eso se trata,
prolongar cada día en la vida misma ese amor extremado de Jesús que celebramos.
Y como también suele decirse, “no podemos comulgar con Jesús y no comulgar
después con nuestros hermanos”. Es lo que tenemos que rescatar en cada
celebración de nuestra misa. Por eso tenemos que esforzarnos cada semana para
darle a la eucaristía dominical esa dimensión que ciertamente quiso darle Jesús
a la cena de aquella tarde.
Cada uno de las comunidades de nuestra
parroquia tiene tarea para seguir preparando cada eucaristía a fin de
celebrarla bien y con toda la coherencia que ella exige.
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