Pedro Pablo Achondo, sscc
Hace unos días
despedimos a dos grandes amigos, uno el “Patelancha” Patricio, el otro Cristian
Ramírez. Dos hermanos profundamente hermanos. Los dos alcohólicos. Los dos
luchando por salir, los dos impedidos de lograrlo. ¿Las razones? Poco importan,
no lo sabemos. Lo que sí nos importan son las razones por las cuales se llega a
una vida así. Mundo injusto y anestesiado.
Los lloraron sus
parientes, muchos de por ahí. El Patito bullanguero, el Cristian del Colo. Sus
clubes ni se enteraron de la partida de estos hinchas; como no se enteró la
televisión ni la sociedad. Como no se enteró nadie. El Pato pasó gran parte de
la mañana esperando al SML en el suelo. Sí, literalmente en el suelo, cubierto
con una frazada. Esperando. Esperando.
Cristián partió de otra
forma e igual esperó. En su casa, a los expertos. Gran parte de la mañana.
Esperando.
Porque
los pobres esperan hasta en la hora de la muerte.
Los
lloramos, los recordamos. Sus sonrisas y fuerza no abandonarán nunca los suelos
de la Parroquia. Los acompañamos con sus familiares, con los amigos y amigas
del Comedor Esteban Gumucio; con los hermanos del Albergue. Todos, una gran
familia.
Tu bicicleta verde Cristian
hacía memoria del Padre Hurtado todos los días. Tu cariño Patito, tus abrazos y
cercanía eran las de Cristo. Ambos partieron y nos cuidan desde la Casa del
Padre, donde por fin han dejado de esperar.
Por Enrique Moreno Laval sscc
Lo sabemos de sobra: “el alcohol mata”. Cada
día nos topamos con esta evidencia que ha pasado a ser uno de los más graves
problemas de salud pública en Chile; si no, el más grave de todos. En estos
días últimos, nuestra parroquia ha sido golpeada duramente por esta realidad.
Dos personas conocidas y queridas, vinculadas al albergue y al comedor que
funcionan en nuestra sede, fallecieron por circunstancias vinculadas al abuso
del alcohol.
El tema es demasiado preocupante, sobre todo
cuando las cifras oficiales nos indican que la ingesta abusiva de alcohol
comienza cada vez a una edad más temprana: un 50% de los jóvenes comienza a
beber a los 17 años y un 5% de ellos lo
hace a los 12 años o antes. Un estudio realizado en un grupo de colegios
determinó que tres de cada cinco alumnos de octavo a cuarto año medio consume
alcohol en exceso. Puede comenzar así un proceso de progresiva adicción que,
finalmente, terminará con la vida.
Las consecuencias las conocemos. El efecto
directo del alcohol en el sistema nervioso genera depresión, disminuye la
actividad general y desinhibe el comportamiento. La concentración y el juicio
empeoran. Los afectos y la familia dejan de ser importantes. Se va perdiendo el
sentido de la vida. A todo esto habría que agregar los daños orgánicos:
insuficiencia hepática por cirrosis, hipertensión arterial, daños severos en el
sistema cardiovascular.
Sabemos que muchas veces el abuso de alcohol va asociado a las fiestas, a la diversión, al pasarlo bien. Pero también, y muy profundamente, a serias carencias afectivas, que provocan en las personas insatisfacciones que demandan cualquier tipo de compensación. Son víctimas de un deterioro social. Y además, de un abandono social. Urge entonces que unamos esfuerzos para detener esta destrucción de tantos hermanos y hermanas que necesitan del apoyo de sus iglesias, de sus colegios, de sus grupos sociales, de sus instituciones políticas, para ir creando una sociedad más humana, más fraterna, más digna. Lo poco y modesto que podamos seguir haciendo desde nuestra parroquia San Pedro y San Pablo ya es mucho. El alcohol mata, es cierto, pero nuestro amor puede dar vida.
UN VOLUNTARIO FELIZ Y UN FERIANTE SOLIDARIO
Por Cristian Venegas Sierra
La noche del
sábado 2 de junio de 2012 la sede de San Pedro y San Pablo se encontraba llena
de emociones. Dos funerales simultáneos, Cristián y Patito, partían víctimas
del alcohol y una sociedad indiferente.
En la “capilla
chica”, donde se celebra la eucaristía a diario, estaba Cristián. Sus
familiares y amigos lo acompañaban junto al padre René Cabezón compartiendo un
sentido responso. Lo recordaban como un “un buen consejero y amigo” y “un
voluntario feliz”.
Feliz, porque
para él no había nada más bonito que servir en el comedor parroquial. “Cuando a
uno le dan las gracias –decía Cristián–, lo saludan; vienen entrando y me
dicen: ‘¡Hola, Cristián!’. Chuta que es lindo”. Y agregaba: “es rico ir
a buscar el pan, ir a la feria, todo es bonito. Compartir con todos los que
vienen. Eso me hace venir, despertar a las cuatro de la mañana y esperar con
así unos ojos de búho a que lleguen las ocho de la mañana para poder estar acá”.
Pero Cristián
necesitaba ayuda y su enfermedad no le daba tregua. De vez en cuanto volvía a
“caer al frasco” y se alejaba del comedor. Y aunque intentó varias veces con la
ayuda de otros hermanos vencer su mal, no pudo más.
Esta situación
impacta y nos interpela. Por qué sucede y qué podemos hacer. El albergue, el
comedor parroquial son respuesta a una situación de emergencia. “Un plato de
comida y algo más…” es una frase que inspira a este espacio de alimentación
popular. “Algo más” que es acogida, comprensión, encuentro, compartir, amar,
guiar, rescatar, rehabilitar; pero que también ha de ser luchar y caminar a
hacia una sociedad más justa y fraterna. ¿Cómo lo podemos hacer?
A pocos metros
del ataúd de Cristian, en la ex sala 5 de la sede parroquial, estaba el féretro
de Patito, “el Patelancha”. Estaba solo, rodeado de flores y cubierto con un
banderín de la “U”. Solo, pero con la puerta abierta y dejando que toda la vida
que bullía en el patio entrara.
El Patito
trabajaba en la feria y siempre se conseguía carne y otras cosas para el
comedor parroquial. Ahora, en un reconocimiento de sus colegas feriantes, todos
hacían memoria de su vida con un reconfortante tazón de consomé, que se
agradecía por el frío que hacía, y mucha carne de pollo y vacuno que humeaba su
fragancia asada a las brazas. Era una fiesta por el amigo que partió, un signo
de que a pesar de la muerte la vida siempre se sobrepone. Y la sede parroquial
acogía esta expresión de pueblo sencillo hasta bien entrada la noche. Nadie se
quería ir.
La intuición y la decisión de habilitar y
continuar con el albergue parroquial se confirma con las recientes bajas
temperaturas en Santiago. Las noticias ya informan de un muerto por hipotermia
en la comuna de Puente Alto. Así, este invierno 2012 treinta hermanos de
nuestro sector tendrán un espacio digno para dormir, comer, bañarse, recibir
cariño y “algo más”. Y aunque algunos puedan criticar diciendo que se está
fomentando la flojera, y que los “viejos molestan” (aunque hay varios jóvenes,
también), estamos seguros de no equivocarnos al abrirnos como unidad pastoral
con obras a quienes la sociedad, y también muchos de nosotros, ignoramos y
hacemos invisibles (excepto para la crónica roja de los periódicos). Hacerlos
visibles, estar con ellos y darles algo de calidad de vida nos urge y punza a
renovarnos como Iglesia, como comunidades eclesiales de base, como servidores
del pueblo, atendiendo las premuras, pero aspirando y proponiendo pasos reales
para una sociedad más justa y fraterna.
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