Por Enrique Moreno Laval sscc
Celebrando ayer, domingo del Buen Pastor, las primeras comuniones en una de nuestras comunidades de la parroquia, les pregunté a los niños y niñas si también ellos eran pastores o si podrían llegar a serlo. Uno de los niños levantó la mano de inmediato y me dijo: “Yo soy pastor”. ¿De quién? –le pregunté. “De mi abuelita” –me respondió. ¿Cómo así? –insistí yo. “Es que yo la ayudo a caminar, yo la guío”. Ubicada la abuelita dentro de la asamblea, ella reconoció: “Sí, él es mi pastorcito”.
Y es verdad. Una vez más los niños nos evangelizan. Recibimos de ellos la buena noticia de que podemos ser pastores como Jesús y los somos, cada vez que nos hacemos cargo de alguien, cada vez que acompañamos, acogemos, ayudamos, guiamos, consolamos, protegemos… En realidad, todos podemos ser pastores, si queremos; y a la manera de Jesús.
El evangelio de Juan (capítulo 10) nos describe hermosamente la figura del Buen Pastor Jesús: va delante de las ovejas, las guía; las conoce por su nombre, ellas reconocen su voz; si viene el lobo, las defiende, y las lleva a lugares seguros; a diferencia del ladrón, que no viene más que a robar, matar y destrozar, da su vida por las ovejas; se preocupa también por otras ovejas que no son de su corral, sueña con un solo rebaño conducido por un único pastor; nadie le quita la vida, él se adelanta y la da voluntariamente.
Papás y mamás en la casa, junto a abuelos y abuelas queridas, todos son pastores; también los hijos y los hermanos entre sí. Los profesores y profesoras en los colegios, los responsables de grupos, los coordinadores de trabajos diversos, los encargados de servicios y tareas, todos son pastores. Los amigos y amigas que se quieren, se cuidan y protegen, son pastores. Los ministros en la Iglesia están también llamados a ser pastores a la manera de Jesús.
No perdamos un minuto más de tiempo y decidámonos simplemente a ser pastores unos de otros. Todos. Sin excepción.
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