2 de agosto de 2010

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

No Nos Cansemos de Ayudar

Por Julio Jiménez Padilla

El impacto que nos produjo el sufrimiento de tantos hermanos y compatriotas afectados por el fuerte sismo del 27 de febrero de 2010, provocó en nosotros múltiples iniciativas y muestras de solidaridad. En cada uno de nosotros afloró un fuerte sentimiento de ganas de ayudar, motivados por las imágenes de testimonios entregados minuto a minuto por los diferentes medios de comunicación, los que nos emocionaron hasta las lagrimas. En muchos casos nos llevó a entregar lo que necesitábamos en beneficio de aquellos que lo habían perdido todo. Muchos también nos olvidamos de todas nuestras importantes diferencias que de alguna manera nos hacen más importantes y mejores que otros, muchos fuimos en breve tiempo lo que deberíamos ser siempre, preocupados de nuestro “próximo” para que su vida y la nuestra sea una vida de verdad.

Hoy, después de cinco meses de ocurrida la tragedia, los afectados por pérdidas humanas y materiales siguen sufriendo necesidades y tristezas. Lenta y, en muchas zonas, escasamente o nula ha sido la respuesta de esperanza de una solución adecuada. Para muchos de estos hermanos sus problemas han aumentado, ya que han debido agregar la impotencia y la rabia de sentirse olvidados, manipulados y discriminados por quienes tienen la responsabilidad de solucionar sus necesidades más inmediatas. Está de moda que la rutina o lo permanente produzca cansancio, el preocuparse y ayudar a los mismos al parecer también; esto queda de manifiesto en los medios informativos en que las primeras planas hace mucho tiempo que no son ocupadas por estos hermanos sufrientes. Ni siquiera el anecdótico “zafrada”. Tampoco son prioridad en las declaraciones y promesas de nuestras autoridades, responsables de solucionar estos problemas tan importantes. Al parecer, en este caso concreto, hemos vuelto a la triste realidad: estos hermanos dependen más bien de personas y organizaciones anónimas, a quienes no le interesan el protagonismo ni el impacto noticioso sino que solo jugársela por quien más lo necesita. Pero, lamentablemente, cada día son los menos.

Ayer, domingo 1 de agosto, el evangelio proclamado en la eucaristía dominical, nos entregaba una provocadora crítica de Jesús (Lucas 12, 13-21): el que atesora bienes sólo para sí, el que acumula riquezas tan sólo para “comer, beber, descansar y darse a la buena vida”, nada tiene que ver con Jesús, aunque pronuncie su nombre y diga que cree en él. El único camino posible es “hacerse rico ante Dios”, como dice Jesús: es decir, vivir todo el tiempo la solidaridad propia de los que nos reconocemos hijos de un Padre común.

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