26 de julio de 2010

EL MENSAJE DE LOS LUNES: Desde la fe, comentando el día a día

Entre el poder y la clemencia

Por Enrique Moreno Laval sscc

Sin duda, la noticia de la semana que acaba de terminar fue la propuesta de indulto presentada por las Iglesias cristianas de nuestro país. No sólo los obispos católicos hicieron una presentación de este tipo el miércoles pasado; se sumaron a ella, el día jueves, las iglesias evangélicas. Las recibió el presidente de la República. Estas propuestas fueron acompañadas por un intenso debate que ciertamente seguirá en los próximos días.

En todo caso, no quisiera entrar en la discusión de los detalles del tipo de indulto que podría practicarse, sino en un problema muy serio que está detrás de esta iniciativa. Me refiero a la dramática situación existente en nuestras cárceles. Se calcula que en Chile hay un número aproximado de 50 mil personas encarceladas, y gran parte de ellas en situaciones inhumanas. Una de ellas es el hacinamiento. Cada recinto carcelario recibe más personas que las que puede contener, lo que trae una serie de consecuencias de todo tipo que es fácil de imaginar. Alguien podría decir: pero se trata de delincuentes, de gente que ha hecho daño a la sociedad, que paguen como sea por lo que han hecho. Un cristiano tendría que decir: pero son seres humanos, hijos de Dios por naturaleza; y no, por haber delinquido, dejan de tener derecho a una vida digna, incluso en las condiciones de encarcelamiento en que se encuentran.

Difícilmente una persona llega a delinquir por querer delinquir. Generalmente, la delincuencia es un subproducto de una sociedad mal conformada, de las desigualdades que provocamos, de las injusticias que permitimos. Y si bien es de justicia que quien ha cometido un daño a otro sea procesado, juzgado y condenado a una pena proporcional al daño causado, la sociedad no puede “lavarse las manos” desentendiéndose de toda responsabilidad. Tendríamos que decir: nuestros delincuentes también son nuestros hijos como sociedad. Los hemos generado nosotros mismos.

No está mal entonces que, como “padres” y “madres” de hijos delincuentes, nuestra sociedad incluya también la clemencia junto a la condenación y al castigo. Todo padre o madre tiene esa clemencia con un hijo propio. Por cierto, habrá que poner condiciones comprobables: reconocimiento del hecho, aceptación de la culpa, reparación posible del daño causado, compromiso de no volver a actuar así contra la sociedad. La clemencia será más necesaria si se trata de ancianos desamparados, de enfermos terminales o de madres con hijos por criar, quienes ya hayan cumplido parte importante de la sanción social que han recibido.

Ayer domingo, se celebraba en nuestras comunidades de la Iglesia de Santiago, la eucaristía de la fiesta de Santiago Apóstol. Se leía en el evangelio una fuerte crítica de Jesús contra aquellos que buscan, por sobre todo, el poder (Mateo 20, 20-28). Directamente la crítica iba para los apóstoles Santiago y Juan, quienes aspiraban ni más ni menos que sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús cuando éste estuviera en su Reino. Por cierto, los otros diez apóstoles se indignaron. Jesús tuvo que intervenir en la discusión. “Entre ustedes no debe ser así” –les dijo. Que otros busquen el poder, como de hecho lo hacen, sometiendo a otros, tiranizando, oprimiendo. Entre ustedes, no. Eso, jamás. Es que Jesús sabía que siempre es el ansia de poder la que está detrás de todo delito, de todo atentado contra el otro, de todo crimen.

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