Por Enrique Moreno Laval sscc
En todas las cosas de la vida, si
queremos que resulten, deben ser bien preparadas. Este es un principio que no
falla. Cuántas veces hemos comprobado, por el contrario, que cuando hemos caído
en la improvisación, hemos sufrido inconvenientes, frustraciones y fracasos. Y
no todo tiene un buen arreglo. Hay desarreglos que son irreversibles. Y
entonces, ¿qué hacemos…?
Algo parecido ocurre con el reino
o reinado de Dios, del que tanto nos habló Jesús.
Hay que preparar sus caminos,
rellenar los baches, allanar los montículos, enderezar los senderos. Y esto
exige mucha observación, vigilancia atenta, buena disposición para el trabajo,
creatividad, imaginación, planificación adecuada y definición de tiempos y
plazos. El objetivo final ya está claro: llevar a plenitud ese reinado de
nuestro Dios, que consiste en conseguir cuanto antes una humanidad
reconciliada, justa, fraterna, igualitaria, donde la vida sea para todos una
oportunidad llena de dignidad.
Cada uno de nosotros, cada una de
nuestras comunidades cristianas, debería proceder de esta manera. A la manera
de Juan el bautista, según nos proclamaba ayer el evangelio del segundo domingo
del adviento. Juan se presentó como el mensajero que venía delante del Señor
para prepararle el camino. Según él mismo, la manera de preparar dicho camino
era (y sigue siendo) la “conversión”. Es decir, el cambio de actitud frente a
Dios y frente a los demás, la mirada distinta que permita verlo todo y sentirlo
todo con los ojos y el corazón de Dios.
Ayer mismo me escribía un querido
amigo que, al fin, ha logrado recuperarse de su problema alcohólico. “Soy un
simple y pobre ser humano –me decía, que necesito apoyo para lograr
reconciliarme conmigo mismo y con los demás. Lo estoy recibiendo de un grupo de
Alcohólicos Anónimos. No te imaginas la felicidad que siento cuando voy consiguiendo mi
recuperación. Ahora mismo voy a hablar con una persona que también quiere
rehabilitarse…”
Me sirvió esta sencilla y honesta
comunicación para pensar de que por ahí va eso que llamamos conversión. Algo
que siempre es posible. Es cosa de querer, pero apoyado por otros, para buscar esa otra manera de vivir. Es conseguirlo y llamar a
otros a hacer la misma experiencia. A la manera de Juan el bautista, profeta de
este adviento.
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